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Me cuenta Cebaqueva, nuestro Luis, que primero le llamó Juan de Toro, muy emocionado. Que le iban a contactar porque querían hacer un stand de Interioristas en Acción dentro de MIAD 2025 y su obra, esa obra, era perfecta, ya sabes… “Y me ilusioné”, me dice Luis. Después recibió la llamada de Laura Carrillo, encargada de diseñar el espacio. Se trataba de hacer un homenaje a los damnificados del 29 de Octubre en Valencia, a la labor solidaria de la asociación, y Luis tuvo miedo de que aquello fuera algo triste y desolado. Pero Laura, con gran talento y aún más humanidad, tenía otra cosa en mente. El barro se utilizaría como motivo de creación, se tomarían los colores, la materia y la forma, pero se usarían con un mensaje de esperanza.

De todas las miradas que puede haber para contar una historia, Luis siempre elige la de la esperanza. Él vivió de primera mano el desastre, como varios de nuestros artistas en la zona. Lo sufrieron brutalmente. David Sánchez perdió su taller, el negocio familiar y toda su obra almacenada. Vicente Gómez tuvo que correr entre el barro para salvar sus lienzos poniéndolos en alto. Luis, que vive en su taller en un bajo de la localidad de Albal, vio reventar las puertas de su casa y como el barro lo invadía todo.

Meses después todos ellos están recuperándose y volviendo lentamente al día a día, la nueva normalidad. Hay obra que han perdido por completo, hay obra que han recuperado. Pero Cebaqueva tiene una obra que se ha resignificado. Se trata de Cazo. A fuego lento.

Un pequeño señor lleno de color con una olla por cabeza. La primera vez que la vimos fue en nuestra exposición de Estampa 2024. Era una obra divertida, alegre y tierna. Luis, que siempre investiga cómo añadir sonido a sus piezas, había introducido un dispositivo sonoro dentro de la olla que reproducía voces y música. Durante esos días Cazo llamó mucho la atención, le salieron varios novios, pero finalmente, a veces pasa, volvió a casa, al taller que se inundaría pocos meses después.

Un pequeño señor lleno de color con una olla por cabeza. La primera vez que la vimos fue en nuestra exposición de Estampa 2024. Era una obra divertida, alegre y tierna. Luis, que siempre investiga cómo añadir sonido a sus piezas, había introducido un dispositivo sonoro dentro de la olla que reproducía voces y música. Durante esos días Cazo llamó mucho la atención, le salieron varios novios, pero finalmente, a veces pasa, volvió a casa, al taller que se inundaría pocos meses después.

Cuando comenzó a recuperar sus piezas, fue limpiando pacientemente todo el barro que se había acumulado en ellas. A la sensación de tristeza por el trabajo se sumaba el saber que ese material era tóxico. De hecho Estrella, su compañera, como tantos otros, sufrió graves problemas respiratorios los días siguientes. Cuando le tocó el turno a esa pequeña pieza Luis tuvo claro que no debía limpiarla. En lugar de eso indagó la mejor forma de mantener el barro adherido a la resina de poliéster, lo fijó y colocó una urna a su alrededor, para protegerlo y protegernos. Cazo se seguía llamando igual, pero había cambiado por completo, al igual que lo habían hecho ellos.

Cuando Luis habla de esos días siempre sonríe. Resulta extraño verlo porque también ves el dolor en sus ojos. Pero él no elige recordar el momento en el que volvió a entrar a su casa inundada de barro, vio las obras por el suelo, se sintió desnudo. Él recuerda la solidaridad, la compañía de todos los vecinos, quién le abrió la puerta para resguardarse, quién pintó con él sus paredes, las otras paredes que él pintó para otros, volver a empezar.

Cuando llegó a la exposición de MIAD en Madrid, a esos pocos metros cuadrados en Las Ventas como un santuario dedicado a las víctimas, pero sobre todo, a la fortaleza, se emocionó. Ver su escultura expuesta allí le hizo revivir lo que había sucedido. “Pero”, me dice, “tuve la oportunidad de contar a la gente cómo lo había vivido, las esculturas por el suelo, el barro, ver entrar el agua y dentro de la tragedia… me emocioné, no me lo esperaba.”

Hoy, obra y autor son testigos de una catástrofe, los dos son otros. Las personas evolucionamos y aprendemos, pero las piezas de arte también cambian, se resignifican. Hoy Luis, David, Estrella, Vicente y miles más son más fuertes, su experiencia les ha hecho descubrir de qué son capaces, hasta dónde pueden llegar por sus seres queridos y por su arte. Y nosotros solo podemos asombrarnos y darles las gracias.